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miércoles, 25 de mayo de 2011

¿Por qué lo llaman liberalismo cuando quieren decir estupidez?

Siempre he creído que más que la maldad, el egoísmo o la ambición, son la estupidez y la desidia las que hacen mover al mundo. Si alguien no me cree, que intente recordar la última vez  que se sintió mal por fallarle a alguien cercano. Seguro que aquello tuvo más que ver con un olvido o una falta de atención que con nuestro talante maquiavélico. Pues bien, además de pasarle a usted, créame, también le pasa a la mayoría de sus vecinos.

Y lo anterior ¿a cuento de qué? Paciencia, todavía nos queda otro pequeño experimento. Me gustaría que pensara en dinero, en mucho dinero, pero no en su cuenta bancaria, me refiero a que piense en alguien realmente rico. Piense en cómo llegó esta persona a tener lo que tiene y, sobre todo, en como lo multiplica y en el poder que este dinero le da. Es posible que haya imaginado que ese dinero le de la suficiente influencia sobre los políticos y la sociedad en general como para que se le concedan ciertos privilegios, como pagar menos impuestos o que las leyes se hagan sin que se toquen sus intereses.

Pero un momento, en el primer párrafo habíamos acordado que la ambición y la maldad no eran para tanto, entonces…

Nadie puede negar que cuando tienes cien millones, haces lo que sea por conservarlos, y si se puede, aumentarlos. Y todos sabemos que con cien millones se pueden hacer muchas cosas. Lo curioso es que en España, tres mil personas de clase media elegidas al azar tienen un patrimonio conjunto que supera al de ese poderoso ricachón, pero es más que evidente que el poder real que tienen es muy inferior.

Pues bien, es hora de que nuestra amiga la estupidez nos diga cómo se resuelve esta aparente contradicción. A principios de los años ochenta llegaron al poder en EEUU y Reino Unido Ronald Reegan y Margaret Thacher. Los dos políticos fueron los primeros en aplicar un programa económico que apostaba por reducir los impuestos a los ricos, bajando así los ingresos, y privatizar la mayor cantidad de servicios públicos posibles, para de esa forma también reducir los gastos. Podríamos pensar que qué malos fueron o que seguro que estaban comprados por el gran capital. Lo curioso es que el padre de esta corriente económica, Milton Friedman, era un austero profesor de la Universidad de Chicago y no un gordo banquero fumador de puros (por cierto, también defendía la liberación del comercio de drogas, pero ese es otro tema).

La razón por la que los Chicago`s boys  (los alumnos de Friedman), querían bajarles los impuestos a los ricos era la siguiente: los ricos son ricos porque son los mejores gestionando dinero, así que nadie mejor que ellos para moverlo. Por otra parte, los servicios públicos son deficitarios por una razón: están en manos del estado, que no es más que una entidad manirrota e ineficaz. Hace falta pues que el gran capital tome las riendas de servicios básicos como la educación o la sanidad.

Esta corriente de pensamiento se extendió como la pólvora. Prueba de ello es que uno de estos “boys ocupó la cartera de economía de países como el Chile de Pinochet (que fue el laboratorio de estas ideas). Se presentaban al mundo como un grupo joven, con ideas modernas y frescas, que querían acabar con el “decrépito” Estado del Bienestar europeo que nació tras la Segunda Guerra Mundial.

Nadie reaccionó. La nueva izquierda europea, más preocupada por la revolución de los valores morales,  estaba en estado de shock tras el fracaso del Sesenta y Ocho. Y la vieja, seguía creyendo en la moribunda dictadura soviética.

Quizá no es fácil entender la razón por la que alguien está dispuesto a querer acabar con un sistema de protección social que, además de defender  la libertad de todo ser humano, le garantiza absoluta seguridad material desde la cuna a la tumba. Pero lo que es absolutamente increíble es que legiones de ciudadanos de esos estados, y por tanto beneficiarios de los mismos, clamen: “dejen de ayudarme y quiten sus sucias manos del dinero de los ricos. Nosotros pagaremos por ellos

En una sociedad democrática y moderna es imposible que una idea, por muy noble que sea, se imponga si no cuenta con un soporte ideológico y un sector significativo de la población que la apoye, y en este país, como dijo Emilio Botín: “ricos, ricos, lo que se dice ricos somos muy pocos”.  Así que no pueden ser que sólo los poderosos den cobertura al liberalismo económico.

Resumiendo: en todo Occidente, legiones personas de clase media alzan una misma exigencia  a sus gobiernos:”No queremos ni escuelas ni hospitales si a cambio, esos pobres millonarios tienen que pagar más impuestos

Así que ¿Ambición o estupidez?

2 comentarios:

  1. Estupidez, ¿no?
    Hoy estaba pensando en cómo se critica sobremanera a los servicios públicos (admon. colegios, sanidad) pero en cuanto nos hablan del copago se nos ponen los pelos como escarpias...
    Vamos a tener (sobre todo los trabajadores del sector público) hacer algún curso de autoestima para darle valor a nuestro propio trabajo y gestión, ¡si queremos que el resto de la sociedad se lo dé, claro¡

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  2. Me parece muy bien, pero si no te identificas en las próximas 24 horas, borraré el comentario. Esto no es foro-friki de pseudopostderechistas

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