Los lunes los suelo dedicar a ir cine, por aquello de que
apenas hay gente y que los eternos estudiantes tenemos el mismo descuento que
el Día del Espectador. Últimamente voy al Centro Comercial El Tiro, que
para los que no seáis de Murcia, es el enésimo, y de momento último, centro
comercial que la iniciativa privada, en este caso El Corte Inglés, ha puesto al “servicio”
de los murcianos. Siempre llego con algo de tiempo, así que me suelo dar un paseo
por los pasillos vacios del Centro, y mientras, me voy indignando recordando algunos de los mantras que, a fuerza de repetirlos, se han convertido en verdades
incuestionables. Aquello de que “quien
arriesga su dinero en un negocio, lo suele emplear mejor” o “cada uno, si es
con su dinero, que haga lo que quiera” o “si esto lo hacen así, es porque lo
tendrán estudiado”.
Pero la cuestión es que, pese a que la gente puede que
arriesgue su dinero en montar un negocio, en los últimos 3 años se han dado de
baja más de un millón de empresas. Y quién piense que esto ha sido por la
crisis, que sepa que solo en 2006 fueron cerca de trescientas mil las que
bajaron la persiana.
En cuanto a la impunidad que tienen los inversores privados
por aquello de que usan su dinero, se
debe saber que todos los problemas que tiene la economía española vienen
precisamente de las decisiones de esos inversores. La deuda privada (de hogares y de empresas) de nuestro país es
cerca de cuatro veces mayor que la pública (La del Estado, de las CCAA y de los
ayuntamientos).
Y en cuanto a que toda idea de negocio está amparada por
unos sesudos análisis, Keynes planteaba que los seres humanos nos guiamos más
por nuestra ideología que por nuestros intereses. Eso explica que si hay una
corriente de fondo, como la de que la vivienda siempre sube de precio, muy
pocos tienen la suficiente cordura para reparar en lo obvio.
Si analizamos un sector económico escogido al azar, es muy probable que esté sobredimensionado. Como
el caso de los macrocentros comerciales de los que hablaba al principio, éstos
no surgen porque haya una necesidad ciudadana de sus servicios. Nacen porque
quieren quedarse con una porción de tarta que, desgraciadamente, ya está
repartida. Es fácil deducir que para que pueda existir una verdadera competencia, se hace
necesario un exceso de oferta que consume unos recursos escasos y valiosísimos.
Así, vemos como nacen cientos de tiendas vacías, en contraste con la saturación
con la que empiezan a funcionar colegios y hospitales públicos.
Si nos escandalizamos por las obras faraónicas de ayuntamientos
y comunidades autónomas en los últimos años, pongamos el grito en cielo, o
donde sea, por los desmanes de la
iniciativa privada, que son muchos más.