Contaba Tocqueville en
L’Ancien Régime et la
Révolution que tras la Revolución Francesa ,
y la consiguiente pérdida de poder de la aristocracia, el odio que las masas
tenían hacia los nobles empezó a multiplicarse de forma aparentemente
contradictoria. La explicación que da el autor fue que su rápida pérdida de –auténtico-
poder no se había visto acompañada de ningún declive de sus fortunas. Mientras
la “aristocracia mantuvo vastos poderes
de jurisdicción fue no sólo tolerada, sino respetada. Cuando los nobles
perdieron sus privilegios, entre ellos el privilegio de explotar y de oprimir,
el pueblo les consideró parásitos, sin ninguna función real en el dominio del
país”. En otras palabras, ni la opresión ni la explotación como tales han
sido nunca la causa principal del resentimiento. La riqueza sin función visible
es mucho más intolerable, porque nadie puede comprender por qué debería
tolerarse.
Algo parecido nos está
pasando en las opulentas sociedades occidentales donde nuestras clases
dirigentes se muestran incapaces de cambiar una realidad que ha llevado a
millones a un estado de pobreza desconocido desde el la Postguerra. Moises
Naim describe muy bien este proceso en “El
fin del Poder”, en el que argumenta que el Poder, en esta
Post-Postmodernidad, se caracteriza por la facilidad con lo que se alcanza y se
pierde y la dificultad con la que se mantiene.
Que nuestras élites se
muestren incapaces es un pecado mucho más imperdonable que el que sean corruptas o despóticas.
Cuando lo son, incapaces, se les despoja de una legitimidad que lejos de
ampararse en la voluntad de Dios o del Pueblo, nace precisamente de la
capacidad de cambio (no en vano es la única palabra que ha estado presente en
todos los eslóganes de campaña de todos los partidos, con independencia de
ideologías o países) y de transformación que puedan llevar a cabo.
Así pues, desnudo el Rey y
pasado ya el momento en que el dedo inocente de un niño ha señalado al pueblo
que no había traje, llega el despertar violento, el tiempo de la lucidez
dolorosa y de la humillante sensación de que nos han estado tomando el pelo y
que además hemos sido cómplices necesarios de la estafa. El Rey ya no es
Todopoderoso sino un simple mequetrefe rodeado, junto a su corte, de esplendor
y riquezas que obviamente no merece.
Y en esas estamos y hemos
estado en los últimos cinco años. No encuentro relato de fenómenos como el
15-M, Occupy Wall Street o las Primaveras Árabes más acertado que la toma de
conciencia de las masas de la incapacidad de sus dirigentes y la ira contra sus
intactos privilegios.
También el ámbito académico
se ha hecho eco de este proceso. La Desigualdad , ya sea de renta, de riqueza, de
origen… es el perfecto trasunto del proceso que narrábamos más arriba. Aunque
hubiera trabajos germinales ya en los años cincuenta, como la ética de la Redistribución de Bertrand
de Jouvenel, ha sido en los últimos años cuando hemos visto multiplicarse los
estudios sobre la materia. Obras como la de Branko Milanović y su “Singular historia sobre la desigualdad económica”, los trabajos de
Krugman en los que denuncia el criminal aumento de riqueza del “Uno por Ciento”; o más recientemente “La
Desigualdad mata”
de Göran Therborn; son solo una pequeña y brillante muestra de este proceso. En
todas ellas hay un denominador común: la desigualdad no solo es un mal desde el
plano moral, también lo es desde una perspectiva económica.
Pero el libro que más interés
ha despertado, no solo dentro del ámbito de las Ciencias Sociales, si no en el
mundo editorial, ha sido “El Capital en
el Siglo XXI” del economista francés Thomas Piketty. No es nada fácil para
un autor no anglosajón hacerse un hueco en el mercado norteamericano, pero si
además el libro es de un economista y está plagado de gráficas y de fórmulas,
tus lectores deberían limitarse a unas decenas de académicos más interesados en
ver sus nombres en la bibliografía que en el contenido de la obra.
Pero contra toda lógica
Piketty se convirtió en un fenómeno de masas en Estados Unidos en el invierno
de 2014. El libro, más allá de una obra intelectual, se convirtió en un
artículo de veneración para la burguesía liberal (a la americana) de las costas
Este y Oeste. No había hípster que se preciara que, a su barba, su jersey de
punto y su Mac, no añadirá bajo el brazo un ejemplar de El Capital de Piketty
en sus visitas a esas iglesias del “moderneo”
que son los cafés neoyorkinos.
¿Y qué tiene de atrayente un
libro de más de 600 páginas que explota unas ingentes bases de datos de las
principales economías occidentales en los últimos 200 años y que además no está
escrito en la lengua del Imperio? Pues precisamente que era el momento adecuado
para una obra como esta.
Pero además Piketty explica
de una manera tremendamente pedagógica conceptos como capital, renta,
rendimiento, activo…y lo hace aludiendo a ejemplos de la vida cotidiana o a
novelas del XIX, con las que pretende que visualicemos la evolución de estas
variables. Es delicioso leer en un mismo párrafo la expresión tipo de interés y pocas líneas más abajo
ver el nombre de Balzac o de Jane Austen.
Entrando ya en materia, en la
primera parte del libro el autor expone las diferencias entre capital y renta,
así como la relación entre ellas en diferentes países europeos y americanos
además de su evolución en el tiempo. Para que nos entendamos, el capital es la
riqueza que una persona o un colectivo (empresa, región, país) posee. A este
tipo de variables los economistas las llaman variables stocks y tienen como
principal característica que se pueden acumular y que además, con el tiempo,
pierden su valor original. Ejemplos son una casa, una nave industrial, una
patente, una máquina de envasar lechugas…Por otra parte, cuando al capital se
la añade la mano de obra se genera riqueza, que deberá ser repartida entre los
dueños de uno, el capital, y la otra, la mano de obra. A esta riqueza se le
llama renta, que es una variable flujo pues será convertida inmediatamente en
bienes de consumo o en más capital.
Piketty nos muestra que la
proporción entre capital y renta (las veces que uno es más grande que la otra)
ha variado en los últimos 200 años entre 4 y 7, describiendo una gráfica en
forma de “U” en la que tanto en el siglo XIX como en el presente este valor fue
y está siendo más cercano al máximo, mientras que en los treinta años
posteriores a la
Segunda Guerra Mundial alcanzó un mínimo histórico cercano a
4. La importancia de este factor en la vida de la gente radica en que una mayor
proporción de riqueza sobre la renta pervierte el principio de igualdad de
oportunidades: pesa mucho más lo heredado que lo ganado con el esfuerzo y el
mérito de cada uno. Además, que se dé una gran desproporción a favor del
capital obliga a que la parte de renta que remunera la posesión de bienes de
producción también crezca con relación a la parte que remunera la fuerza del trabajo.
El proceso de acumulación de
riqueza seguirá creciendo mientras nuestros dirigentes no hagan nada para
cambiarlo, porque no lo olvidemos, este no es un proceso irreversible. Nuestro
autor nos da algunas claves y todas, o casi todas, pasan por medidas de tipo
fiscal. Decía Olof Palme que los impuestos que cuando eres joven criticas a la
vejez veneras, y no solamente porque garantizan tu pensión y tu asistencia
sanitaria, sino porque acabas dándote cuenta de que es la única arma que una
sociedad tiene para corregir las disfunciones que genera la desigualdad.
Desgraciadamente nuestros gestores a veces nos dan muestras de remar a favor de
la corriente y arbitran medidas que refuerzan esta tendencia a la entropía
social. Eliminar o descentralizar el impuesto de sucesiones (que buscando
modificar los marcos de referencia sociales los republicanos norteamericanos
llamaban el impuesto de la muerte), el de patrimonio o dar un tratamiento
diferente a las rentas del trabajo que a las del capital (el gobierno anterior
llego a fijar solo un tramo al 18% en su reforma de 2006 ) son tres claros
ejemplos de medidas procíclicas que lejos de limar el abismo social que separa
a ricos y pobres, lo acrecienta.
Pero la principal virtud del
libro es el rigor expositivo y la constante alusión a las fuentes estadísticas
convirtiendo sus tesis en irrebatibles. El trabajo de
recopilación de bases de datos previo a la escritura del libro fue hercúlea y
necesito que el autor se dedicara a ello en cuerpo y alma durante cinco años.
Fruto de este trabajo es la web https://www.quandl.com/data/PIKETTY donde se pueden encontrar, además de los datos que el autor
maneja, continuas actualizaciones con las que el investigador puede trabajar en
temas de análisis económico.