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jueves, 30 de abril de 2015

El traje del Rey. Un aproximación al Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty


Contaba Tocqueville en L’Ancien Régime et la Révolution que tras la Revolución Francesa, y la consiguiente pérdida de poder de la aristocracia, el odio que las masas tenían hacia los nobles empezó a multiplicarse de forma aparentemente contradictoria. La explicación que da el autor fue que su rápida pérdida de –auténtico- poder no se había visto acompañada de ningún declive de sus fortunas. Mientras la “aristocracia mantuvo vastos poderes de jurisdicción fue no sólo tolerada, sino respetada. Cuando los nobles perdieron sus privilegios, entre ellos el privilegio de explotar y de oprimir, el pueblo les consideró parásitos, sin ninguna función real en el dominio del país”. En otras palabras, ni la opresión ni la explotación como tales han sido nunca la causa principal del resentimiento. La riqueza sin función visible es mucho más intolerable, porque nadie puede comprender por qué debería tolerarse.

Algo parecido nos está pasando en las opulentas sociedades occidentales donde nuestras clases dirigentes se muestran incapaces de cambiar una realidad que ha llevado a millones a un estado de pobreza desconocido desde el la Postguerra. Moises Naim describe muy bien este proceso en “El fin del Poder”, en el que argumenta que el Poder, en esta Post-Postmodernidad, se caracteriza por la facilidad con lo que se alcanza y se pierde y la dificultad con la que se mantiene.
Que nuestras élites se muestren incapaces es un pecado mucho más imperdonable  que el que sean corruptas o despóticas. Cuando lo son, incapaces, se les despoja de una legitimidad que lejos de ampararse en la voluntad de Dios o del Pueblo, nace precisamente de la capacidad de cambio (no en vano es la única palabra que ha estado presente en todos los eslóganes de campaña de todos los partidos, con independencia de ideologías o países) y de transformación que puedan llevar a cabo.

Así pues, desnudo el Rey y pasado ya el momento en que el dedo inocente de un niño ha señalado al pueblo que no había traje, llega el despertar violento, el tiempo de la lucidez dolorosa y de la humillante sensación de que nos han estado tomando el pelo y que además hemos sido cómplices necesarios de la estafa. El Rey ya no es Todopoderoso sino un simple mequetrefe rodeado, junto a su corte,  de esplendor  y riquezas que obviamente no merece.
Y en esas estamos y hemos estado en los últimos cinco años. No encuentro relato de fenómenos como el 15-M, Occupy Wall Street o las Primaveras Árabes más acertado que la toma de conciencia de las masas de la incapacidad de sus dirigentes y la ira contra sus intactos privilegios.

También el ámbito académico se ha hecho eco de este proceso. La Desigualdad, ya sea de renta, de riqueza, de origen… es el perfecto trasunto del proceso que narrábamos más arriba. Aunque hubiera trabajos germinales ya en los años cincuenta, como la ética de la Redistribución de Bertrand de Jouvenel, ha sido en los últimos años cuando hemos visto multiplicarse los estudios sobre la materia. Obras como la de  Branko Milanović y su “Singular historia sobre la desigualdad económica”, los trabajos de Krugman en los que denuncia el criminal aumento de riqueza del “Uno por Ciento”; o más recientemente “La Desigualdad mata” de Göran Therborn; son solo una pequeña y brillante muestra de este proceso. En todas ellas hay un denominador común: la desigualdad no solo es un mal desde el plano moral, también lo es desde una perspectiva económica.

Pero el libro que más interés ha despertado, no solo dentro del ámbito de las Ciencias Sociales, si no en el mundo editorial, ha sido “El Capital en el Siglo XXI” del economista francés Thomas Piketty. No es nada fácil para un autor no anglosajón hacerse un hueco en el mercado norteamericano, pero si además el libro es de un economista y está plagado de gráficas y de fórmulas, tus lectores deberían limitarse a unas decenas de académicos más interesados en ver sus nombres en la bibliografía que en el contenido de la obra.
Pero contra toda lógica Piketty se convirtió en un fenómeno de masas en Estados Unidos en el invierno de 2014. El libro, más allá de una obra intelectual, se convirtió en un artículo de veneración para la burguesía liberal (a la americana) de las costas Este y Oeste. No había hípster que se preciara que, a su barba, su jersey de punto y su Mac, no añadirá bajo el brazo un ejemplar de El Capital de Piketty en sus visitas a esas iglesias del “moderneo” que son los cafés neoyorkinos.

¿Y qué tiene de atrayente un libro de más de 600 páginas que explota unas ingentes bases de datos de las principales economías occidentales en los últimos 200 años y que además no está escrito en la lengua del Imperio? Pues precisamente que era el momento adecuado para una obra como esta.

Pero además Piketty explica de una manera tremendamente pedagógica conceptos como capital, renta, rendimiento, activo…y lo hace aludiendo a ejemplos de la vida cotidiana o a novelas del XIX, con las que pretende que visualicemos la evolución de estas variables. Es delicioso leer en un mismo párrafo la expresión tipo de interés y pocas líneas más abajo ver el nombre de  Balzac o de Jane Austen.

Entrando ya en materia, en la primera parte del libro el autor expone las diferencias entre capital y renta, así como la relación entre ellas en diferentes países europeos y americanos además de su evolución en el tiempo. Para que nos entendamos, el capital es la riqueza que una persona o un colectivo (empresa, región, país) posee. A este tipo de variables los economistas las llaman variables stocks y tienen como principal característica que se pueden acumular y que además, con el tiempo, pierden su valor original. Ejemplos son una casa, una nave industrial, una patente, una máquina de envasar lechugas…Por otra parte, cuando al capital se la añade la mano de obra se genera riqueza, que deberá ser repartida entre los dueños de uno, el capital, y la otra, la mano de obra. A esta riqueza se le llama renta, que es una variable flujo pues será convertida inmediatamente en bienes de consumo o en más capital.

Piketty nos muestra que la proporción entre capital y renta (las veces que uno es más grande que la otra) ha variado en los últimos 200 años entre 4 y 7, describiendo una gráfica en forma de “U” en la que tanto en el siglo XIX como en el presente este valor fue y está siendo más cercano al máximo, mientras que en los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial alcanzó un mínimo histórico cercano a 4. La importancia de este factor en la vida de la gente radica en que una mayor proporción de riqueza sobre la renta pervierte el principio de igualdad de oportunidades: pesa mucho más lo heredado que lo ganado con el esfuerzo y el mérito de cada uno. Además, que se dé una gran desproporción a favor del capital obliga a que la parte de renta que remunera la posesión de bienes de producción también crezca con relación a la parte que remunera la fuerza del trabajo.

El proceso de acumulación de riqueza seguirá creciendo mientras nuestros dirigentes no hagan nada para cambiarlo, porque no lo olvidemos, este no es un proceso irreversible. Nuestro autor nos da algunas claves y todas, o casi todas, pasan por medidas de tipo fiscal. Decía Olof Palme que los impuestos que cuando eres joven criticas a la vejez veneras, y no solamente porque garantizan tu pensión y tu asistencia sanitaria, sino porque acabas dándote cuenta de que es la única arma que una sociedad tiene para corregir las disfunciones que genera la desigualdad. Desgraciadamente nuestros gestores a veces nos dan muestras de remar a favor de la corriente y arbitran medidas que refuerzan esta tendencia a la entropía social. Eliminar o descentralizar el impuesto de sucesiones (que buscando modificar los marcos de referencia sociales los republicanos norteamericanos llamaban el impuesto de la muerte), el de patrimonio o dar un tratamiento diferente a las rentas del trabajo que a las del capital (el gobierno anterior llego a fijar solo un tramo al 18% en su reforma de 2006 ) son tres claros ejemplos de medidas procíclicas que lejos de limar el abismo social que separa a ricos y pobres, lo acrecienta.


Pero la principal virtud del libro es el rigor expositivo y la constante alusión a las fuentes estadísticas convirtiendo sus tesis en irrebatibles. El trabajo de recopilación de bases de datos previo a la escritura del libro fue hercúlea y necesito que el autor se dedicara a ello en cuerpo y alma durante cinco años. Fruto de este trabajo es la web https://www.quandl.com/data/PIKETTY donde se pueden encontrar, además de los datos que el autor maneja, continuas actualizaciones con las que el investigador puede trabajar en temas de análisis económico.