Dos de los libros de mayor
impacto en 2011 ¡Indignaos! de Stephane
Hessel y Algo va Mal de Tony Judt (
éste publicado en septiembre de 2010) comparten temática: reivindican los años
de Postguerra (1945-1972) como la mejor de las eras que el mundo ha conocido y
denuncian la perdida de aquel “El Dorado” a manos de los (por sí mismos
bautizados) “liberales”.
En el imaginario de los que
vivieron aquellos años ha quedado la idea de la plena protección social, la
mejora constante en la adquisición de derechos y la seguridad laboral y social
garantizada. En definitiva, la protección asegurada desde la cuna a la tumba y
la absoluta seguridad de que los hijos vivirían mejor que los padres.
La puesta en valor de un nuevo
(viejo en este caso) paradigma está más que justificado en esta enésima crisis final del capitalismo. Es necesario, y lógico, resucitar valores
como la vida en comunidad, la seguridad laboral o la participación en el
sindicato (para vertebrar, y dar sensatez, a la conciencia de clase). Es igualmente necesario enterrar el egoísmo como vector de
las relaciones económicas, puesto que, además de inmoral, está detrás de todos
los desastres económicos que hemos padecido los últimos 10.000 años.
Pero no se cuestiona la validez
de esos valores, lo que debe atraer nuestro análisis es si las políticas de
aquella época se pueden importar al presente, si las pocas similitudes del
mundo de hoy con el de 1945 nos permiten extraer alguna enseñanza. Pues bien,
yo creo que no.
En 1945 Europa era un continente
destruido: edificios, fábricas, miles de kilómetros de carreteras y vías
férreas habían sido devastadas, y lo peor, casi 100 millones de personas habían
muerto en la mayor guerra sufrida por el planeta. Pero la reconstrucción (rehacer lo que hubo)
se hizo sobre cimientos ya asentados en un continente que, no lo olvidemos, era
dueño de África y de la mitad de Asia. El Londres arrasado por los misiles
V2 alemanes era la capital de un imperio que permitía recorrer África de Norte
a Sur sin abandonarlo. Solo dos países africanos se podían considerar
plenamente “no europeos” en 1945,
apenas el 5% del continente.
Como se puede apreciar, son los años cincuenta y sesenta los que presentan los precios más bajos del crudo.
Así pues, no es del todo cierto
afirmar que una política Keynesiana de impulso de la demanda vaya a permitirnos,
por una parte, salir de esta crisis y por otra, reeditar los 20 años virtuosos
de la Era de Oro. El mundo ha cambiado, y mucho. Si en 1950, África y Asia,
como antes se comentó, no eran más que un pequeño patio de recreo de las
potencias europeas, hoy en día suponen ya más del 40% de la riqueza, y su
potencial de crecimiento les va permitir superar el 50 antes de que Europa se
reencuentre y logre salir de la crisis.
Este es un mundo más
interconectado, donde el Principio de los Vasos Comunicantes hace que la
riqueza fluya de donde más hay a donde menos. Eso explica que la desigualdad
entre países se haya reducido drásticamente los últimos años. Por contra, es
dentro de cada país donde se están empezando a extremar las desigualdades. El
siguiente gráfico explica lo anterior:
Fuente: ANALISIS DE LA EVOLUCIÓN DE LA DESIGUALDAD ECONÓMICA MUNDIAL EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, Lafuente Lechuga y otros.
Si las políticas de los
últimos 30 años de capitalismo salvaje que nos han llevado a este agujero carecen
ya de sentido y legitimidad, y la única alternativa está ya superada por la
historia ¿Qué nos queda? Poco, la verdad. Pero lo que sea que nos saque de ésta
pasará por aprovechar la mejor aportación europea al mundo: El Estado del
Bienestar. Y se defiende pagando impuestos, no desmontándolo.