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sábado, 6 de abril de 2013

Mayo del Sesenta y Ocho


El Mayo Francés fue, para muchos de los que no lo vivimos, el momento en el que los sueños de libertad y cambio cobraron cuerpo. Jóvenes en la calle protestando contra una sociedad momificada y una clase política insensible a los nuevos tiempos que empezaban a soplar. Ese mes de mayo nació una nueva forma de lucha con la toma de la calle de forma más o menos pacífica: en Francia apenas hubo un muerto. Los movimientos ecologistas, de liberación sexual, racial y de género empezaron a vertebrarse al margen de los viejos partidos de la izquierda. Pero sobre todo, nació un nuevo relato para la izquierda. Los viejos partidos comunistas europeos, que desde la Segunda Guerra Mundial habían copado entorno al 25% del apoyo popular en Italia y en Francia, empezaron una lenta disolución. La lucha por la emancipación de la clase trabajadora pasó a un segundo plano, apartada por otra muy distinta: la liberación de las costumbres. La fábrica y el sindicato dejaron paso, durante unos días, a la Universidad y las asambleas de estudiantes, que por cientos, se constituían en las calles y plazas de París.

Pero aparte de la épica ¿Nos ha legado algo más aquel movimiento? Creo tajantemente que no. Y lo creo porque lo que aparentemente hoy tenemos de aquellos días, ecologismo, libertad sexual, igualdad de género; no son causa de aquellos días. Están más bien motivados por un movimiento de fondo, anterior, que también generó las revueltas de mayo.

La Europa Occidental había conseguido hilar más de 20 años de paz, prosperidad económica y, lo que era aún más difícil, unidad. A esto se añadía el altísimo porcentaje de población joven, hijos del Baby-Boom de la segunda mitad de los años 40 (sólo en Francia, en 1968 había casi un millón de personas con 21 años) , y una clase política que encontraba su legitimidad, más que en las urnas, que también, en haber hecho y ganado una guerra al fascismo. Era pues una sociedad opulenta y gobernada con unos valores y por una clase política de otro tiempo.

Mayo del 68 es un momento de exaltación de los sentidos, de bello desorden, de frases lapidarias, de querer aspirar a todo y de creer que los que estaban en la calle eran todos. Fue el eslabón perdido entre la Política de los partidos de masas y el egoísmo actual definido por “qué hay de lo mío”. Pero sobre todo fue el ejemplo del mayor error político que la izquierda en los últimos 40 años.

El movimiento se vertebró sobre principios de negación: querían acabar con una sociedad que los asfixiaba, con unos valores arcaicos y caducos. Era un movimiento sin líderes, sin propuestas más allá de algunas frases geniales. Se Compartía la necesidad de cambiar el mundo, pero no se sabía por cual. La única certeza era que lo que se tenía ya no era válido. Pero la historia, y la intuición, nos dicen que cuando una causa sólo se construye a través de la ilusión, y no mediante una estructura orgánica, tiene los días contados.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Los obreros abandonaron rápidamente las protestas y volvieron a sus fábricas. En apenas un mes la mayoría de los estudiantes había vuelto a las aulas. París volvió a la normalidad, y para colmo, la derecha barrió en las legislativas de junio consiguiendo 396 de los 487 asientos de la Asamblea Nacional Francesa.

El ansia de cambio es tan buena como necesaria, pero si cada vez que algo no funciona bien del todo, proponemos derruirlo sin proponer más que una vaga declaración de intenciones de lo que se pretende, el fracaso está garantizado y un nuevo General De Gaulle, con barba y de Pontevedra, secuestrará durante unos años las políticas que den respuestas a tanto descontento.