En marzo de 2008 Mariano Rajoy comenzó la campaña electoral
de las generales en Castelldefels. Las razones de este hecho,
aparentemente trivial, fueron dos. La primera fue que este pueblo era uno de
los pocos municipios catalanes donde el PP no era un partido residual (tanto es
así que en 2011 ganó las municipales). La segunda sería la importancia que
Catalunya iba a tener en aquellas elecciones.
Tras la derrota de 2004, Pedro Arriola, asesor áulico de
Rajoy, entendió que ante cuatro años de relativa estabilidad económica (como
entonces se creía) y con la marca PSOE al alza, el gran peligro con el que se
iba a enfrentar el PP sería la desmovilización de sus votantes menos
ideologizados; un colectivo éste que acude a votar en mayor proporción cuanto
mayor grado de tensión política hay. Y vaya que hubo tensión. Tuvo incluso nombre, “Estatut”,
y apellido, Ternera.
La mayoría de los analistas coinciden en que el radicalismo
del PP fue la causa de su derrota de 2008. Mi opinión es que alcanzó un
resultado mejor del que cabría esperar, por lo que la estrategia de la
crispación rindió sus frutos. Para entenderlo veamos unos cuantos gráficos.
Gráfico 1. Porcentaje de voto de PP y PSOE en las elecciones generales de 2008, en todo el país y descontando Catalunya. Fuente Ministerio del Interior
Como vemos en la Gráfico 1 por primera vez en treinta
años de democracia, un partido político pierde unas elecciones por la
“presencia” de Catalunya en España. Cuatro años antes, como muestra el Gráfico
2, la diferencia entre ambos partidos también fue muy pequeña: apenas un escaño
a favor del PSOE
Figura 2 Número de escaños en España de PSOE y PP (gráfico de columnas) y en España
menos Catalunya (líneas de tendencia).
Fuente Ministerio del Interior
La tendencia que se observa en los últimos años en el
contexto nacional es una alternancia de hegemonías entre los dos partidos,
donde se suceden victorias claras (de más de 4 puntos de diferencia) de uno u
otro. Cuando el análisis se realiza sobre la “parte no catalana de España”, la
alternancia en la hegemonía da paso a una situación en la que la izquierda solo
aspira a alcanzar un empate.
Hay pues una coincidencia de intereses entre las derechas
española y catalana, pues a la hegemonía que el PP encontraría es una España
post-independencia de Catalunya, CiU la alcanzaría en una hipotética República
Catalana. Y esto es así por el curioso comportamiento electoral de los
catalanes, que en las elecciones autonómicas siempre han concedido una mayoría
de escaños a Convergencia (no así en votos, como en 2003) y en las nacionales al
PSC, como vemos en el Gráfico 3:
Gráfico 3 Número de diputados catalanes de PSC y CiU en
las sucesivas elecciones legislativas
Pero este paraíso a ambas márgenes del Ebro no es solo un
fin para Las Derechas, es también un medio y un discurso. La razón es que los partidos juegan a fijar el marco de la
realidad, es decir, a establecer el orden del día del debate público. Como los
conservadores, tanto españoles como catalanes, son percibidos en ambas sociedades como los que mejor gestionan
los asuntos identitarios, la labor de PP y CiU consiste en hacer que sea la
unidad de la patria, o su independencia, el principal tema de discusión en la
calle y los medios. Y en esas están