En estos tiempos malditos donde lo normal y lo decente son
noticia; donde el dolor, la frustración y la injusticia se esconden tras la
esquina de cada Consejo de Ministros, el ejemplo de los trabajadores de la
limpieza de Madrid me devuelve la esperanza de recuperar lo que siempre fue
nuestro: la dignidad.
Lo que no es más que una opción, una maldita opción, que son
las bajadas de salario y los despidos porque si, se ha convertido es una
especie de fuerza de la naturaleza que transciende lo decible y nos convierte a
los que la discutimos, no ya en peligrosos antisistema, si no en locos que niegan
la realidad como el que se opone al Segundo Principio de la Termodinámica.
Los barrenderos de Madrid no han demostrado nada,
simplemente nos han recordado evidencias con las que llevamos conviviendo casi
doscientos años: que el poder de los trabajadores está en su unidad, en la
vertebración de esta unidad por los sindicatos y en usar la fuerza que nos da
la unidad con las viejas armas de la huelga y el diálogo social.
La matraca de la Caverna sobre si los sindicatos son entidades
corruptas y las huelgas herramientas desfasadas y violentas, impropias del
siglo XXI, demuestran que ellos saben mejor que nosotros el poder que tenemos.
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